Desde entonces todos los medios masivos de comunicación, afectos o contradictorios, desplegaron una avalancha de noticias, chismes, dimes y diretes con sus intervenciones públicas, sus agresiones a todo lo habido y por haber, sus enfrentamientos con otros políticos, incluso de su propio partido y; por sobre todo, por sus declaraciones injuriosas y polémicas contra las mujeres, los latinoamericanos, los islámicos y en general contra todos los inmigrantes, generando una ola de seudo-opinión que aprovechaba el descontento de los estadounidenses por su situación social y económica a partir de la depresión de 2008.
Sin embargo, nadie en sus cabales podría aventurar
un triunfo de Trump en las diferentes contiendas preelectorales, frente a sus
contrincantes republicanos y mucho menos frente a la candidata demócrata a la
presidencia, Hillary Clinton. Era claro que Trump no tenía las condiciones
necesarias para aspirar a ser el mayor mandatario del globo. Era claro que, en
sus intervenciones ante los medios, sólo quería provocar y acentuar el odio y
la polarización de los ciudadanos con frases que demostraban la absoluta
ignorancia de los asuntos políticos, económicos, culturales y de diplomacia
internacional. Especialmente en el tema económico, su nombre inspiraba
desconfianza pues, a pesar de ser un multimillonario, no tuvo reparo alguno en
declarar que no pagaba impuestos “Porque soy muy listo” y se supo que su
fortuna podría ser infinitamente mayor, de no ser por las constantes quiebras
que demostraban su desconocimiento del tema administrativo.
No obstante, el 8 de noviembre de 2016, el nombre de Donald Trump se inscribió como el Presidente número 45 de los Estados Unidos de Norteamérica. Era un revés a la lógica. Pero, no se puede olvidar que también en Gran Bretaña se dio otro revés a la lógica con el triunfo del Brexit, también inspirado en el descontento del ciudadano medio, y su desconfianza de la clase política. Populismo y desinformación, generan actos que podrían considerarse suicidas para las democracias. Estos actos generaron luego el desconcierto y la incertidumbre no sólo de los propios ciudadanos, sino de las demás naciones.
En el caso de Trump, muchas son las naciones que miran con
desconfianza lo que pueda suceder con el ascenso al poder de alguien que ha
propuesto medidas proteccionistas y cerrar las fronteras no sólo de los
migrantes, sino de los capitales o inversionistas foráneos. Corea y Japón,
tradicionales socios comerciales e industriales, están a la expectativa ante
las decisiones que pueda tomar la Casa Blanca, a partir de enero del 2017.
China ha sido objeto de advertencia de Trump, en el sentido de “no permitir que
los asiáticos nos invadan, generando desempleo”.
América Latina, especialmente, siente temor por lo
que pueda ser la política económica de los Estados Unidos, habida cuenta que
muchos de estos países han generado una gran dependencia de los tratados comerciales
con esta nación. Un caso particular es México, dada su condición fronteriza y
como socio que es del NAFTA, un tratado de libre comercio con ese país y que
también incluye a Canadá: Trump ha amenazado abolir ese tratado y cobrar unos
aranceles imposibles para el intercambio comercial. Pasa igual con el TPP o
tratado de los países del Pacífico, entre los cuales se incluyen México,
Canadá, Chile y Perú, en la franja costera americana y varios países asiáticos.
El primer efecto como resultado de la elección de
Trump, fue la devaluación de las monedas locales, como en el caso del peso
mexicano y el peso colombiano, frente al dólar. Así mismo, los bancos centrales
han expresado su incertidumbre lo que se refleja en la volatilidad en los
mercados bursátiles.
Los países latinoamericanos, como en el caso de
Colombia, manifiestan gran inquietud por algunos temas que son de vital
importancia para sus economías; debido a la gran dependencia de los mercados de
“comodities” de los cuales se abastece el país del norte. También preocupa, en
el caso de Colombia, el apoyo económico a la lucha contra el narcotráfico y al
proceso de paz con los grupos insurgentes Farc y ELN. Es sabido que el Congreso
norteamericano es el que determina en últimas estos apoyos, pero debe partir de
una iniciativa presidencial que de pronto no se dé, porque estos temas dejan de
ser prioritarios para la nueva administración.
Pero ¿sucederá realmente esta hecatombe planetaria
por las anunciadas bravuconadas de Donald Trump?
Sobre este tema, compartimos esta opinión de Paul
Krugman, publicada en New York Times News Service y reproducida en español en
El Espectador (2016):
“Un retorno al proteccionismo y a las guerras
comerciales haría que la economía mundial se hiciera más pobre con el tiempo,
y, en particular, paralizaría a los países más pobres que necesitan
desesperadamente mercados abiertos para sus productos. Sin embargo, las
predicciones de que los aranceles trumpistas causen una recesión nunca tuvieron
sentido: sí, vamos a exportar menos, pero también vamos a importar menos.
“Y las políticas trumpistas, en particular, van a dañar a la clase trabajadora estadounidense, no a ayudarla; al final, la promesa de hacer que retornen los viejos tiempos —hacer que EE. UU. vuelva a ser grande— se revelará como la broma cruel que es. Sin embargo, es probable que todo ello tome tiempo; las consecuencias del nuevo y terrible régimen no serán aparentes de inmediato. Los oponentes a ese régimen necesitan estar preparados para la posibilidad real de que sucederán cosas buenas a malas personas, al menos por un tiempo. En resumen, no hay que esperar una depresión inmediata por Trump.”
Asimismo, es prácticamente impensable que Trump
llegue a cumplir muchas de sus amenazas y todo no pase de bravuconadas
electorales; pues es obvio que un Presidente, así sea del país que posa de ser
el más poderoso del planeta, sólo es un empleado más: detrás de él hay varias
instancias como las Cortes, el Congreso y las Corporaciones que son las que en
general determinan las políticas gruesas en materia económica. El Banco
Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones globales, como
representantes que son del poder económico, tienen intereses muy específicos
que ningún mandatario puede pasar por alto. También la clase política, a pesar
de que se está dando un campanazo de alerta que exige un cambio en sus
estrategias, va a imponer silencio o por lo menos mayor mesura a las
pretensiones trumpistas.
Lo que sí queda claro en este caso Trump, es que la
democracia tiene su mayor peligro en el populismo que aprovecha los más bajos
instintos de electores incultos, ignorantes y ávidos de venganza o movidos por
intereses mezquinos. Sucedió en Gran Bretaña, sucedió en los Estados Unidos y
se dio en el pasado plebiscito para refrendar el Acuerdo de Paz, en Colombia.
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